En Euskonews nos interesa su opinión. Envíenosla!
¿Quiere colaborar con Euskonews?
Arbaso Elkarteak Eusko Ikaskuntzari 2005eko Artetsu sarietako bat eman dio Euskonewseko Artisautza atalarengatik
On line komunikabide onenari Buber Saria 2003. Euskonews
Astekari elektronikoari Merezimenduzko Saria
Juan LEZAUN
En 1777 se pone en marcha la actividad asistencial del hospicio de Vitoria. Sus promotores, un grupo de ilustrados alaveses encuadrados en la Real Sociedad Bascongada de Amigos del País, no quisieron reproducir en Vitoria el sistema asistencial al desfavorecido (niño o adulto) que estaba implantado en el resto España. Su idea de no levantar un edificio magnífico por sus piedras, sino por sus obras les lleva a adoptar y adaptar, a las características sociales y culturales alavesas, el sistema asistencial que en París presta la “Sociedad San Sulpicio” de aquella ciudad.
Así pues, erigieron una “Casa de Piedad” para la atención de pobres y vagabundos y como anexo a la misma el “Ramo de Expósitos”. Fue este “Ramo de Expósitos” una unidad autónoma dentro de hospicio, desde la que se llevó la delicada y especializada atención integral a la infancia abandonada —expuesta— en cruces de caminos, en pórticos de iglesias, en cunetas o en el propio torno del hospicio.
En 1777 se pone en marcha la actividad asistencial del hospicio de Vitoria. Sus promotores, un grupo de ilustrados alaveses encuadrados en la Real Sociedad Bascongada de Amigos del País.
Sobre la calidad de los cuidados prestados, directa o indirectamente, desde esta institución asistencial infantil entre los años de 1777 (año de su fundación) y el de 1876 (fin de la segunda de las Guerras Carlistas) versa la tesis: “ética y Valores en el Hospicio de Vitoria. Ilustración y Romanticismo. Una apuesta por la vida y dignidad de los expósitos”.
La gran virtud de los ideólogos de la institución vitoriana fue el tejer desde el principio una tupida y extensa red social en la que apoyarse, desde el mismo inicio de la actividad asistencial, para prestar y velar tanto por la calidad de los cuidados comprometidos como de la honradez de las personas implicadas en los mismos, e incluso, en el sostenimiento económico de la institución en momentos críticos.
Guerras, epidemias, revanchas y purgas no parecen tener una decisiva importancia en la calidad de los cuidados prestados a lo largo de una centuria. Cientos de mujeres y hombres de Álava, e incluso de provincias cercanas, dieron lo mejor que tuvieron por sacar adelante a miles de expósitos privados de todo desde su más tierna infancia; incluso del conocimiento de sus orígenes y el primer objetivo a conseguir, tanto por la Institución como por las personas implicadas en el parto y en el traslado al Hospicio, fue el de la protección de la vida física y espiritual del expósito. Parteras, médicos o cirujanos comadrones procuraron que la criatura naciera con vida. Que ante cualquier problema presentado durante el parto, o inmediatamente después de él, la criatura recibiera un bautismo “sub conditione” que le asegurara, según las creencias religiosas de la sociedad alavesa del momento, la entrada en la vida eterna.
Era depositado el neonato en el torno del hospicio, o en su defecto abandonado en caminos o lugares en los que pudiera ser encontrado lo más rápidamente y por personas de bien a fin de procurarle una mejor vida de la que le esperaba de ser aceptado en su familia de origen. La hora más habitual para la exposición eran las horas previas al amanecer aunque también se documentan algunos casos de abandonos a plena luz del día. El rigor del clima alavés y la precariedad con la que muchos de los recién nacidos iban arropados podía ser determinante para la supervivencia si a ello se sumaba un tardío y no adecuado traslado al hospicio.
Era en el hospicio, donde la criatura recibía los primeros cuidados. Un administrador registraba las condiciones en las que había sido encontrado y decidía los cuidados más urgentes a administrar. Saber elegir en qué orden proporcionarle higiene, calor, leche o un rápido y oficial ritual de bautismo podía ser determinante para la vida del expósito. Posteriormente, era este administrador quien registraba las características físicas de la criatura, el tipo de indumentaria que portaba al ser encontrado y trascribía y guardaba las notas con las que la familia de origen justificaba el abandono así como las medallas y abalorios que el expósito pudiera portar. Todo ello podía ser fundamental para una posterior identificación, bien de la familia responsable del abandono, bien del propio expósito en caso de ser reclamado por sus padres biológicos.
Ponerle en manos de una Nodriza de calidad era el segundo paso. Generalmente era esta una mujer que había perdido recientemente su criatura y por tanto, que todavía tenía leche y se ofrecía al hospicio para alimentar un expósito. Esta mujer debía portar un certificado de salud emitido por autoridad sanitaria, generalmente el médico de su pueblo, y un certificado moral emitido también por una autoridad que, indistintamente, podía ser al alcalde o el párroco del pueblo en el que vivía. No era éste un tema baladí, se buscaba con este control el que la criatura tuviera la mejor de las leches posibles y que en el propio acto de la lactancia (como creencia del momento histórico) la nodriza transmitiera al lactante su moralidad, sus valores diríamos hoy en día, con la que hacer de él, en el futuro, una persona moralmente aceptable.
El “Ramo de Expósitos” fue una unidad autónoma dentro de hospicio, desde la que se llevó la delicada y especializada atención integral a la infancia abandonada.
El hospicio firmaba con la nodriza elegida un contrato por un periodo de cuatro años en los que se especificaba el compromiso de la mujer hacia la criatura respecto del alimento y del cuidado que ésta debía prestar; el compromiso de la institución a aportar el vestido en talla y tiempo adecuados; la forma y los tiempos en los que estos cuidados debían ser supervisados así como la remuneración económica con la que era la nodriza recompensada. No se regatearon dineros, pagar una buena nodriza y una buena familia de acogida fue caro, tan caro que llevó a la institución del hospicio a un enconado enfrentamiento, en las postrimerías del s. XIX, con la autoridad real y eclesiástica personificada en el Obispo de la Diócesis de Calahorra a la que pertenecía la provincia de Álava.
Si tras este tiempo se establecía una relación afectiva de la familia de acogida con el lactante, se procedía a formalizar un nuevo contrato de prohijamiento o adopción en el que se volvían a redactar nuevas cláusulas sobre compensaciones, cuidados, educación, así como del sueldo que el joven adoptado debía recibir cuando fuera capaz de contribuir a la economía familiar. De no establecerse ese vínculo afectivo, la nodriza remitía al expósito, tras los cuatro años que había el durado el contrato de manutención, al hospicio.
Una vez en el hospicio, todo interno, niño o niña, era mantenido, formado y educado por y en la institución de acogida. La educación era obligatoria para todos, sin distinción de sexo o de limitación física o intelectual. Maestros y maestras, elegidos tras superar una exhaustiva valoración de conocimientos y cualidades, eran los encargados de dar formación en primeras letras y en valores de respeto y disciplina.
Los maestros debían cumplir escrupulosamente el programa docente marcado desde la dirección de la institución; su dedicación y resultados eran supervisados por la Junta Rectora y un incumplimiento reiterado de uno o de otro, incluso severamente reconducido. Se sirvieron de premios y de castigos, como no podía ser de otro modo, para mantener la disciplina y el respeto; pero, sobre todo, se sirvieron y utilizaron sistemáticamente una valoración continua e individualizada de cada interno para tratar de descubrir el talento, el don, que cada niño o niña pudiera tener con el fin de poder diseñar y programar su futura formación profesional.
Esta formación profesional se concertaba con maestros artesanos de la ciudad de Vitoria principalmente y de ciudades cercanas si fuera necesario. En contrato formal se especificaban tanto los conocimientos que el maestro debía transmitir a su aprendiz como el tiempo de duración del contrato y la compensación económica a recibir por parte del artesano. En el mismo contrato se especificaba también la cantidad de dinero con el que se debía remunerar al alumno en cuanto este fuera capaz de contribuir a la producción del taller. No fueron pocos los internos a los que se les prorrogó el contrato de aprendizaje o a los que se les adscribió a otro maestro artesano a fin de completar, mejorar o reconducir su formación profesional. Se documenta un caso en el que el joven, a petición propia, propone a la Junta Rectora le sufraguen el viaje al extranjero con el fin de formarse con un reconocido maestro artesano europeo.
Una vez en el hospicio, todo interno, niño o niña, era mantenido, formado y educado por y en la institución de acogida. La educación era obligatoria para todos, sin distinción de sexo o de limitación física o intelectual.
Para otros su salida profesional fue la Escuela de Magisterio, jóvenes de ambos sexos, en los que se intuía su vocación docente, fueron matriculados en la “Escuela Normal” y provistos de los libros y del material de estudio necesario para completar con éxito sus estudios.
Conseguir la integración social de todos y cada uno de los expósitos fue una obsesión para la dirección del hospicio. A todos se les facilitó educación y conocimientos para, una vez cumplida la mayoría de edad, poder ser integrados, capaces y autónomos, en la sociedad a la que pertenecían. Sólo para los portadores de grandes limitaciones físicas o intelectuales quedó reservada la vida adulta en el hospicio.
La opinión de los lectores:
comments powered by Disqus